Cuando van al hospital para reconocer y retirar el cuerpo de Lucas, las emociones contrastan de forma evidente: Elena se quiebra por completo al ver a su hijo, mientras que Sebastián, no derrama una sola lágrima. Ambos, además, deben enfrentar la frialdad del sistema, que trata la tragedia como un simple trámite burocrático: una noticia más para un canal o un número más en la morgue. Esta indiferencia del mundo exterior intensifica su dolor, cada uno viviéndolo de manera diferente.